viernes, febrero 29, 2008

CAFE CON PIERNAS

UN CUENTO PARA TERMINAR EL VERANO:



CAFÉ CON PIERNAS.

Todo igual que ayer. Cruzó por calle Arturo Prat saludando a los locatarios, miró los mismos muebles y vitrinas asomándose por los portales. Cruzaron frente a él las mismas parejas que frecuentaban la plaza, las mismas palomas que acudían a saludar a los señores jubilados que compartían con ellas sus galletas o sus helados de barquillo. Se ajustó su cinturón como todos los días, humedeció un poco su pelo engominado en la pileta que estaba casi enfrente del café de la esquina. Se miró en el ventanal polarizado para peinarse, el mismo ventanal oscuro que impedía las miradas de los curiosos desde afuera del café, provocando al mismo tiempo la infinita curiosidad de adentrarse en sus misterios y saludar a las muchachas que atendían en la barra con sus diminutos bikinis.

Pero al traspasar el ventanal-espejo, notó un suspiró entrecortado, no por la emoción de los parroquianos, no por la escultural belleza de las meseras que deambulaban un poco cabizbajas a diferencia de otras ocasiones. Se encontró con un ambiente funerario en el local, algo extraño lo invadía todo con un manto oscuro, claramente distinto del ambiente festivo que lo llamaba hasta ahí todos los días a eso de las siete de la tarde, o incluso hasta dos veces al día en los meses del invierno, como queriendo contagiarse del calor de ese microclima fantasioso.

- Buenas tardes, don Julián- le saludó cordial una morena que contrastaba su hermoso cutis con el dorado de su traje.- ¿Se va a servir lo de siempre?- consultó más seria que de costumbre.

- Claro, mi amor, pero, ¿qué es lo que pasa que está tan tristecita?

- ¡Ay, Don Julián!, lo que pasa es que el Alcalde va a clausurar este local y todos los locales de nuestras colegas, porque dice que somos inmorales, que las piernas y los tatuajes no son dignos de un café y menos de una ciudad tan respetable.

- De esto me encargo yo- dijo con asombro pero con profunda convicción.


Tomó su café más rápidamente que lo habitual, le dio un beso a la niña que le sirvió su cortado. Se despidió de todas las niñas del local, algunas de las cuales no podían disimular su desamparo y frustración: Luisa, que quería ser bailarina y se vino a Santiago para probar suerte en el Municipal, pero recibió mil portazos en la cara; Margarita, que trabajaba en el mismo local desde antes de los colaless y los bikinis, con una faldita ajustada y un escote suave, pero tuvo que desvestirse cada vez más para no sucumbir ante la competencia, como le dijo su patrón con un balance negativo de las ventas del café; Paulina y Claudia, dos modelos colombianas, las cuales fueron estafadas por una agencia de viajes al querer venir a probar suerte en Chile como modelos en un programa de televisión. Tras perder todo su equipaje: disfraces, vestidos elegantes, cartas de recomendación de empresas colombianas, dinero, tarjetas de crédito; buscaron trabajo y alojamiento en el café, enamorándose perdidamente del dueño. Ambas lo compartieron, así como el local y las ganas de hacerlo prosperar, ayudando a otras almas en pena, sedientas de la admiración, las lentejuelas falsas y el deseo de los hombres que las adulaban.

Don Julián, conocía solamente algunas de esas tristezas irrenunciables, pero estaba dispuesto a dar su vida por mucho menos que eso, por el solo destello de sus ojos falsamente alegres y complacientes. Trató de convencer a los choferes, traficantes, abogados o mecánicos asiduos al lugar para organizar una manifestación multitudinaria o quemar la casa del Alcalde si fuera preciso. Pero nadie solidarizó con él ni con las desvalidas que pretendía proteger; todos tenían esposas, concubinas o novias que visitar luego de pasar por el café. Nadie quería verse envuelto en un problema ajeno, un escándalo, ni menos ser descubierto en su casa por sus familias.

Ofuscado, fue hasta su taller. Recorrió los estantes solitarios, llenos de polvo. Imaginó las caras de sus odaliscas, sus ojos lagrimeantes y desamparados al igual que los suyos. Llevó unas herramientas y unas cadenas. Se aferró a las puertas de la Municipalidad amenazando con inmolarse. Permaneció todo el día rodeado de prensa y curiosos.

El Alcalde se ausentó ese día para visitar otras comunas más pobres. Elaboró un proyecto para instalar un circo itinerante lleno de alegres payasos para espantar los piojos de la pena y la desesperanza aprendida por esos tristes lugareños, ayudarles a esbozar una sonrisa momentánea y asegurar los votos de los vecinos de su comuna, de otras comunas para sus partidarios o para su preciado sueño de ser Presidente de la República en las próximas elecciones.

Don Julián leyó frente al Municipio una proclama que sus defendidas no pudieron escuchar, porque en el café solamente estaba permitido sintonizar música pachangera. La noche sorprendió a don Julián en el portal olvidado. Rápidamente los reporteros emigraron buscando una noticia más fresca y más truculenta: un partido de fútbol con enfrentamiento entre barras violentas, la caída de algún avión, un atentado terrorista o alguna víctima del transantiago por asfixia. Para desgracia de este defensor de la justicia y el derecho a tomarse un café con vista al muslo, el día siguiente al de su calvario era feriado. La Municipalidad estaba desierta; los periodistas estaban todos en el Estadio para cubrir a la Selección Nacional de fútbol contra un pre-seleccionado del Congo; los canales transmitían conversaciones envasadas y las últimas cirugías plásticas del jet-set criollo.

Con la frustración a cuestas, pero con la conciencia incólume, se deshizo de sus ataduras, caminó hasta su taller para dejar sus ropas rasgadas y vestirse adecuadamente. Cruzó una vez más por calle Arturo Prat, saludó a todos los concurrentes, se peinó frente al ventanal oscuro y se dispuso a tomar su último café cortado.

René Acevedo.