jueves, enero 29, 2009

UN CUENTO PARA EL VERANO


EL TIGRE.

“La meta era surcar el espacio con la plasticidad del tigre. El maestro había sido claro y enfático. Debíamos alcanzar esa cima, controlar cada músculo con la precisión, la fortaleza, la rapidez y la ferocidad de un félido.


El animal era físicamente superior a cualquier hombre, sin lugar a dudas: rápido, feroz, sin remordimiento alguno. Su objetivo era alcanzar al animal adecuado en el momento oportuno para alimentarse y alimentar a los suyos, el cazador perfecto.


Ensayé cada movimiento, desarrollé elongaciones especiales, practiqué día tras día, fortalecí paulatinamente mis músculos y me dediqué a observar detenidamente a los tigres de bengala, primero en filmaciones, luego en el zoológico y finalmente en la sabana.


Ayudado por otros estudiantes conseguí acondicionar una jaula gigantesca para observar a algunos especímenes, correr y cazar a través de una reja especial. Ensayé azuzándolos para competir en el salto y en el desplazamiento, al principio sin mayor éxito, pues se rehusaban a cualquier orden, solamente buscaban escapar por algún resquicio.


Una vez sorteados los primeros escollos logré comunicación casi perfecta con un macho impresionante, de un solo manotazo podía arrancar la cabeza de una cebra. Me convertí en su espejo y él en el mío, mis ojos comenzaron a brillar en la oscuridad, dejé crecer mis uñas y devoré trozos de carne cruda para saborear la sangre y desarrollar el instinto. Mi corazón palpitaba al mismo compás frenético que el depredador. Muy pronto todos mis ayudantes se marcharon y ya no escuché más voces humanas, solamente murmullos, rugidos y el silbido del viento surcado por las garras del tigre o por las mías.


Continué mis estudios rigurosamente y cuando ya no tuve más conejillos de indias comencé a instigar a la fiera a competir contra mí, logrando igualarlo en la velocidad y en la altura de su salto. Me acerqué cada vez más para observar sus ojos y aprender su hipnotismo, el sutil paso entre la inactividad casi mortecina y el ataque más fulminante y sorpresivo del reino animal.


Me reflejé en sus pupilas, nuestra respiración adoptó iguales pulsaciones, nos quedamos mirando hasta ver caer la noche. Estaba seguro de haber superado a mi maestro…”


En este párrafo se suspenden las anotaciones, si bien no se consignan fechas, los textos evidencian distinta caligrafía y cada vez mayores imprecisiones en el trazo, como demostrando angustia, ansiedad o algún otro tipo de desórdenes.

En los abandonados laboratorios fueron encontrados los restos de varios estudiantes en condiciones inenarrables, además de los cuerpos de 2 tigres de bengala machos, entrelazados en señal de manifiesta lucha.

Las últimas líneas del diario serían cercanas a las postrimerías de marzo, lo que coincidiría con la data de muerte de los estudiantes. Sin embargo, el cuerpo del autor de las observaciones continúa desparecido, habiendo sido suspendida la búsqueda oficial.

Fin del informe.


René Acevedo, marzo de 2004.

lunes, enero 26, 2009

VERSOS DE "A LAS PUERTAS DE LA VILLA GRIMALDI"


VIII


Rosales de la Humanidad


[Dedicado a una compañera especial… que fue llevada]

El terror continuaba

En las entrañas de la casa

Y en la oscuridad de los sarcófagos

Sarcófagos de muerte y sepultura.

Y entre aullido y penumbra

Algunos de los fantasmas

Fantasmas adormecidos

Salían a la luna y al día.

Humanidad hedionda y carcomida

Humanidad sangrienta y vomitada

Sentías su presencia y su amargura.

Sentados en la oscuridad empañada

De los ojos salientes de locura

Se olía un aroma divino,

Un aroma de plata y de medusa.

Villa, te lo conté y no me creíste

Te grité y no me contestaste

Lloré y sentí el gozo de la presencia

Olorosa de mujer y de rosa.

Te lo dije, te lo grité:

“Hay olor a ángeles malditos,

a criatura celestial, a doncella

querida y deseada”.

Pero no me creíste, ni me amaste.

Villa maldita de olores de muerte

Y olores de doncella.

Eran rozas como en los días de antaño

Espinudas pero tiernas de capullo

Espinudas pero humanas de seres queridos,

De seres humanos.

Humanidad perdida, te encontré finalmente

Con los ojos vendados y las manos doloridas

Los rosales humanos que llamaban

Y te llamaba, pero sin respuesta

No fue un sueño o una pesadilla

Fue el aliento doloroso de mi amada

Que me acompañaba por momentos,

Momentos de gozo y de alegría.

No las vi pero existían

No las toqué pero me hablaban

No las contuve pero me apoyaron

Villa maldita, de olores rasurados.

Hoy te lo cuento Villa maldita

Ellas estaban y existían

Ellas tenían ese aroma de mi amada

Que nunca volvió, que me quería.

Hoy te lo grito Villa maldita

Ellas se fueron pero se quedaron

En el viento, en la tierra y en los rosales.

Rosales benditos, rosales divinos

De muerte y de vida

Esperanza y alegría,

De algún día y de hoy día.


Mario Aguilar Benitez.